“NO TENGAS MIEDO DE AMAR, NADIE PUEDE HERIRTE SIN TU PERMISO”
“Si alguna vez te pasó lo que a Ema… esa sensación de darlo todo en una relación y terminar rota, preguntándote en qué momento empezaste a perderte… este blog es para vos. La historia de Ema podría ser la tuya o la de tantas mujeres que, sin darse cuenta, entregan su poder esperando amor. Y quizá mientras leas, descubras la pregunta que puede cambiarlo todo: ¿cómo hacer para que nunca más nadie te lastime —con o sin tu permiso?”
Sylvia Chavez - Love Queen
8/25/20257 min read


Si, ya se que me vas a decir que estoy loca, que como se me ocurre que vos decidiste darle permiso a estas parejas que te lastimaron hasta el caracú, que te dejaron culo pa’l norte (como decimos nosotros).
Y por ahí te lastimaron tanto, pero tanto tanto, que ahora cuando aparece alguno con alguna característica parecida, salís corriendo.
Hay un dicho que es: El que se quemó con leche, ve una vaca y llora… ¿te resuena?
¿Alguna vez te pasó que luego de esa ruptura tremenda que te dejó con el corazón en pedacitos, conociste a ese flaco que tenía ciertas reacciones parecidas a las de tu ex?
¿Qué pensaste? ¿Qué hiciste? Por ahí saliste corriendo, o por ahí… te quedaste: ¡Más vale malo conocido que malísimo por conocer! Y sin querer, volviste a repetir la situación que te dejó hecha añicos.
Algo parecido le pasó a Ema, una de mis clientas (los nombres están cambiados, por una cuestión de confidencialidad).
Ema conoció a Juan un día de mucha lluvia a la salida del trabajo, se cruzaron en una de las calles principales de la ciudad, esperando un taxi. Como ya sospecharas, conseguir un taxi a esa hora, y un dia de lluvia es algo muy cercano a un milagro.
Los dos estaban parados muy cerquita del otro y luego de más de media hora de espera y de haberse mojado hasta el cuello, empezaron a conversar.
No sé si te pasa a vos, pero mucha gente cuando está aburrida y frustrada, necesita descargarse, contárselo a alguien, al primero que se te cruce. Ese fue el caso de Ema. De repente y casi sin darse cuenta, empezó a hablarle a Juan sobre la lluvia, sobre los taxis que no aparecían, sobre el día de trabajo durísimo y las ganas de llegar a su casa.
Palabra va, palabra viene, terminaron en un café, a unos metros de ahí, para esperar a que pase la hora pico y consigan algún medio para viajar.
Así empezó su historia, Ema es una mujer independiente, consultora de varias empresas multinacionales, con su departamento propio, su libertad financiera y muchas amigas maravillosas. Ema es una mujer fuerte, cuya presencia se nota en todo lugar. Sabe vestirse, tiene un cuerpo maravilloso (aunque ella no lo crea) y es muy hermosa. Estuvo casada hace mucho tiempo, un par de años nomás, y la cosa no funcionó. Fue con uno de esos novios de la adolescencia que se quedaron pegados en otra época, mientras ella seguía creciendo, por dentro y por fuera.
Juan era Juan. Un tipo alto, musculoso, muy seguro de sí mismo, aún no tenemos claro a qué se dedicaba, pero siempre vestía muy bien, llevaba a Ema a los mejores lugares y se comportaba como un verdadero gentleman. Sabía qué decir en el momento justo, muy detallista y casi perfecto para Ema. Parecía llenar todos los casilleros que Ema deseaba en un hombre.
Ema estaba embelesada, enamorada como una adolescente. No podía creer lo que estaba viviendo. Había cosas que no le cerraban, actitudes con otras personas, despótico con las meseras en los restaurantes, y siempre tenía algo que criticar sobre alguna persona. Cuando estaban en la intimidad, él hacía todo lo necesario para que ella lo pasara bien, y aun así, Ema sentía que él estaba, pero no estaba.
Luego de unos meses, empezaron a desaparecer algunos días, y la intimidad entre ellos era cada vez más pausada. Pasaban semanas sin hacer el amor. Juan decía que el trabajo lo tenía muy estresado, que tenía que viajar y por eso no podía llamarla, y no sé cuántas excusas.
Ema nunca escuchó su voz interna que le decía que algo no estaba bien. Cuando algo no le cerraba, ella encontraba alguna explicación y “aguantaba”. “Ya va a pasar”: se decía en silencio.
Con el tiempo Ema se fue como “opacando”, en el trabajo ya no era la misma, estaba siempre pendiente del teléfono, de los mensajes, esperando que él sea todo eso que ella creyó que el podía ser. Comía poco, dormía poco y cuando se encontraba con Juan, ya no era la misma del principio, Juan le decía que la culpa era de ella porque había cambiado, que era una histérica, que inventaba cosas, que no lo entendía, que estaba muy delgada y menos atractiva, que ya no se cuidaba como antes… que… que….
Y Ema se lo creía.
Fueron pasando los meses, y los meses se hicieron años. Ema estaba obsesionada con Juan, era capaz de hacer cualquier cosa para que él no “la dejara”.
Pobre Ema, no sabía que él ya la había dejado hace tiempo. Aunque siguiera apareciendo cuando se le antojaba.
Un día Juan desapareció por completo, cambió su número de celular, la bloqueó en todos lados, y la dejó echa un montón de partes disociadas, sin saber quién era fuera de la relación con él. Sintiendo que él se había llevado todo lo de ella, y no le había dejado ni las ganas de vivir ni el orgullo. Tan solo la culpa y el arrepentimiento de no haber sido lo suficiente para poder “retenerlo”.
¿Te suena conocido? Tal vez a alguna amiga tuya le pasó algo parecido, tal vez a vos misma. Lamentablemente, he tenido muchas Emas como clientas con historias similares, solo cambian algunos lugares, algunas escenas, pero el final es siempre el mismo..
El día que conocí a Ema, había pasado casi 1 año de la ruptura. No sé cómo llegó a mi consulta, porque ni ella creía que se merecía nada mejor que lo que le había pasado con Juan. Estaba empecinada en que él era el único hombre en el mundo para ella, y cómo podía hacer para encontrarlo y volver con él. “Siempre lo voy a amar”, decía.
Por varios encuentros, solo me hablaba de él. Y cuando le preguntaba sobre ella y lo que sentía, siempre encontraba una forma de seguir hablando de Juan. Si por un instante se conectaba con ella misma, era solo para culparse de cómo ella había arruinado todo. Juan no era responsable de nada. Juan era perfecto,
Poco a poco, se permitió mirarse. Se permitió mirar el pasado, mirar a Juan con objetividad, descubrió que ella había visto luces rojas al principio, actitudes dudosas, cosas que no le cerraban. Pudo ver cómo ella había elegido quedarse todas esas veces que quiso salir corriendo. Se dio cuenta de cómo se mintió a sí misma y cómo le creyó todas sus mentiras, cómo dejó de ser quien era para ser lo que él quería que fuera, despacito, sutilmente. Y cuanto más ella se esforzaba por agradarle, más él la despreciaba. Y ella se lo permitía, aunque no podía darse cuenta.
La pregunta del millón era: ¿por qué? ¿Cómo ella, una mujer independiente, segura de sí misma, exitosa, había caído en esta trampa?
Y cuando empezó a hacerse las preguntas, empezó a buscar las respuestas.
Nuestra mente es así, guarda en el inconsciente muchas cosas que no sabemos que existen, muchas creencias, muchos patrones. Los seres humanos aprendemos por repetición, por lo que vemos. Y lo que vemos, lo vemos desde nuestra percepción. Y no siempre nuestra percepción es la mejor o la más clara.
Ema desde pequeña se había sentido despreciada, desvalorada. Su madre era una mujer muy exigente, desconectada con los sentimientos y con su hija. No importaba lo que Ema lograse: nunca era suficiente. En el colegio siempre había una niña más linda, más educada, con mejores notas que ella para su madre. Aunque fuese una desconocida, Ema siempre perdía en la comparación.
.
Y ella se esforzaba para que su madre la mirase, le dijese que era hermosa, que era inteligente. Pero eso nunca sucedió.
Ema, cuando no pudo conseguirlo de su madre, lo buscó en otras personas. En el trabajo, en los CEO 's de esas grandes compañías para las que hacía consultoría, en sus amigas, en sus colegas. Y lo consiguió. Siempre fue muy valorada. Pero eso no era suficiente para ella.
Cuando conoció a Juan, los agujeritos de su corazón causados por la actitud de su madre se empezaron a llenar con las actitudes de Juan, con sus atenciones, con sus palabras bonitas.
Ella quería creer, a toda costa. El dolor de ese vacío dejado por la mujer que más debía amarla en el mundo, estaba siendo llenado, y no se iba a perder esta oportunidad. Ella creyó que alguien, como Juan, podría reparar ese dolor. Y Ema estaba decidida a hacer lo que se requiriera para lograrlo.
Lo que ella no sabía era que nadie podía llenar ese vacío que su madre había dejado, nadie más que ella misma. Y cuanto más buscaba en el afuera, más grande se hacía ese agujero de desamor, más inmenso, hasta que ese dolor lo tomó todo.
Inconscientemente, Ema le había entregado todo su poder de sanar a Juan. Había puesto en sus manos la posibilidad de construirla o destruirla. Y aun luego de sentir que había cosas que no le cerraban, ella eligió creer más en el que en sí misma, en su percepción, en su …(Guts)
Y Juan con su desamor, sus críticas, su ausencia, su abandono, no hizo más que replicar ese trauma no sanado, esa herida abierta en el corazón de Ema. Una herida que seguía sangrando, seguía abierta. Por eso todo lo que sucedió en esta relación fue tan devastador, porque la llevó a sus primeros años, a esa herida primigenia donde todo se originó.
En ese momento se abrieron millones de posibilidades para Ema y el camino para recuperar su poder. ¿Cómo? te preguntarás. Sanando ese corazón con agujeritos, cerrando uno a uno, con el amor a sí misma, reconociéndose, valorándose, eligiéndose sobre todas las cosas y las personas.
Hoy Ema ya sabe que nadie la va a lastimar, porque ella no va a ceder su poder sobre sí misma a nadie. Porque hoy se ama profundamente, aprendió a adorarse. Hoy Ema sabe quién es, sabe de qué está hecha, porque ella misma fue la creadora de esta mujer que hoy se encuentra en el espejo.
Ella sabe. Y puede amar
Sanar Transformar Amar sin límites
love@elamorcomocamino.com
+1 619 538-1163
© 2025 Sylvia Chavez - El Amor como Camino. Todos los derechos reservados.







