Había una vez... una Princesa
Este no es un cuento de princesas: es la historia real de una niña valiente que perdió su inocencia demasiado pronto, pero que un día decidió sanar, reencontrarse y recuperar su poder. De la herida al amor, este relato muestra cómo transformar el dolor en un viaje de sanación y fuerza interior. Porque no necesitamos príncipes: necesitamos aprender a rescatarnos a nosotras mismas. Un testimonio de oscuridad convertido en luz que nos recuerda que el verdadero poder está en elegirnos y amarnos con locura.
Sylvia Chavez - Love Queen
9/2/20257 min read


¿Por qué será que a las mujeres desde muy chiquitas nos cuentan esos cuentos de príncipes que nos salvan de las torres con dragones y princesas que viven felices para siempre con sus salvadores? Y las creemos.
Siempre me sentí diferente, de chica parecía un varón más, me subía a los cercos, era salvaje, libre y no me importaba nada todo eso de ser una “señorita educada”, me decían que era varonera porque hacía cosas de “varones”; era intrépida, valiente y me encantaba ayudar a los demás.
Cuando estaba en primer grado, armé un grupo con unas amigas para ayudar a “Doña Lidia”. Doña Lidia era una señora viejita (debía tener mi edad de ahora, jaja) que era muy humilde. Con solo 6 años le limpiábamos la casa, le servíamos té, le llevábamos cosas ricas y le hacíamos compañía, y aún hoy puedo recordar su sonrisa y el olor a madera de la alondra.
Me sentía bien, en casa me habían enseñado el gran valor de dar, sin esperar nada a cambio.
Vivíamos en Río Gallegos, allí donde el diablo perdió el poncho, como le dicen, anochecía muy muy tarde en verano y como era un pueblo muy seguro, nos quedábamos en la calle hasta muy tarde jugando. Mi mejor amiga vivía enfrente de mi casa, Mirta, y también tenía mis gatos, que usaba como muñecas. ¡Era tan feliz! Sentía la libertad en todos mis poros, el mundo era mi lugar seguro y los seres que me rodeaban eran mis amigos.
Llegué al segundo grado en el colegio de monjas a 2 cuadras de casa, con compañeras que hoy recuerdo solo al ver la foto en blanco y negro, fue hace tanto tiempo, y sin embargo gracias a Facebook, me he reencontrado con varias; especialmente con Mirta, mi vecinita de enfrente.
Como vivíamos muy lejos y teníamos toda la familia en Buenos Aires, mis padres solían viajar bastante seguido. En general no viajábamos juntos, uno se quedaba con la cría, éramos 3 en ese tiempo, mi hermana Gloria, el Gordo y yo. Pero en uno de esos viajes, vaya a saber por qué razón, se fueron los dos a la Capital, y nos distribuyeron en las casas de amigos de la familia.
A mí me dejaron en la casa de una pareja amiga, que tenía una hija de mi edad, gente de confianza. El papá Coco y la mamá Lidia, una mujer buenísima que hacía unas tortas llenísimas de crema chantilly que eran una bomba.
Mis padres no se fueron mucho tiempo, tal vez un día o dos, no recuerdo bien, pero sí recuerdo la escena, esa escena que quedaría grabada en todo mi ser por el resto de mi vida.
Cómo alguien podía imaginarse que esa noche, a esa niña libre, salvaje y valiente, le iban a arrebatar toda esa libertad y ese mundo en el que ella vivía.
Una más en la lista, una niñita más que nunca volvería a ver el mundo con los mismos ojos. Una más de tantas que por ser tantas hasta deja de doler por tanto dolor, una historia más que demuestra las miserias más oscuras de los seres humanos, y que a veces hasta me hace dudar si el hombre alguna vez fue realmente bueno.
Esa noche sentí el asco, la incertidumbre, la desesperación de sentirme congelada, sin poder reaccionar ante algo que no podía comprender, que solo podía vivir como una película que le pasa a alguien más. Pero mi cuerpo no pudo ausentarse, y así quedó: con una herida de muerte que quebró hasta el alma.
Una historia más, una niñita más, de tantas, “una vez de demasiadas veces”. Una historia que no debería repetirse y, sin embargo, no para de suceder.
Con lo que me quedaba de coraje y de valentía le conté a mi madre, no le tenía miedo a nada, porque la tenía a ella. Ella me iba a proteger y a resarcir el daño cometido, Coco lo iba a pagar.
Pero no fue así, mamá me pidió silencio: “Papá lo va a matar si se entera”, me dijo, y probablemente tenía razón. Terminando la oración con un: “acá no pasó nada y no se habla más del tema”.
Todo se derrumbó ante mí en un instante. Esa niña intrépida y valiente se oscureció, el mundo pasó a ser un lugar hostil y se sintió muy sola. Esa pequeña de 7 años, la más petisa del grado, se volvió más chiquita y no dijo nada. Ese día, esa pequeña niña de grandes ojos azules color cielo ya no miró más hacia arriba. Ese día esta pequeña mujer perdió la conexión con su cuerpo y con el ser que más amaba en el mundo: su madre.
Es increíble cómo las mujeres caminamos por la vida con el corazón y el alma rota, pero de afuera no se ve. Seguimos la vida como si nada, nos casamos, tenemos hijos, estudiamos, hacemos una carrera… y aún con todo eso, hay un vacío profundo que quedó abierto ese día, seguramente en nuestra niñez, cuando alguien, con su abuso de poder y el poder de su abuso, se llevó esa parte pristina y llena de luz. Parte que muchas nunca recuperan.
Y las mujeres nos sentimos sucias, rotas, poca cosa, devaluadas. Como si esos hombres con su abuso se llevaran con ellos nuestro poder, poder ser felices, poder de elección, poder de no conformarse, poder de elegir sabiendo que nos merecemos todo. ¡Qué loco que las víctimas se conviertan en las presas de esas acciones! Las presas de por vida por esa carga emocional y maligna que nos dejan estos predadores, que aún sin hablar, pueden hacernos creer que ya no valemos nada.
Una historia más, una niñita más, de tantas, una más que tantas veces se convierte en una menos, y el mundo sigue andando, sin ella.
Te puedo contar el resto de mi historia, y cómo las grandes decisiones de mi vida estuvieron teñidas por ese día. Los hombres que elegí, la manera en que no supe disfrutar de la vida, o la manera en como crié a mis hijos, también estuvo influenciada por ese día. Dentro de mí, por muchos años vivió esa niñita desconectada de su cuerpo y de sí misma. Sin saber siquiera quién era verdaderamente. Sin poder perdonar, llena de ira y de dolor, sintiéndose no amada, y provocando el rechazo de los demás con esa agresividad, que usaba como defensa contra este mundo hostil que ella misma había creado.
Una niña llena de dolor, que solo quería ser amada, pero no permitía que nadie se acerque demasiado, quién podría amar de verdad a alguien que no se amaba a sí misma. ¿Te suena esta historia?
Tal vez es la tuya, tal vez es la de alguna amiga, hija o hermana. ¡Somos tantas! DEMASIADAS!
¿Pero sabes qué? Mi historia no se termina ahí, ni la de mi niña interior. Porque un día dije BASTA, ese día comencé a mirarme profundamente y a preguntar si se podía vivir de otra manera.
Y ahí empezó el resto de mi vida. En el camino fui encontrando maestras, maestros, tantas personas que me mostraron infinitas posibilidades y puentes y corazones.
Me enseñaron a sanar cada herida de mi corazón, una por una. Descubrí que dentro mío, me estaba esperando esa hermosa niña de ojos color cielo, para que juegue con ella, para que la sane, para que la proteja y sobre todo, para que la ame profundamente.
Empecé a cuestionarme todo, y a recuperar mi poder, a entender que mi pasado no me define, me define lo que hago con eso que me pasa. Deje de ser víctima para ser creadora de mi cada día, para bien o para mal, porque no soy perfecta, ni lo quiero ser, pero si se que puedo ser lo que yo desee, si creo para crearlo.
En este camino de sanación, fui al infierno y volví tantas veces. Algunas heridas las cerré con dolor hasta que aprendí a amarme y a cerrarlas con amor. Tantos maestros, tantas oportunidades y todas las ganas de encontrarle un sentido a mi vida.
Y en este camino recupere a mi mamá, encontré el amor, empecé buscándolo muy adentro mío, y cuando lo encontré, me di cuenta que estaba en cada parte de mi ser, solo que no lo había podido reconocer antes. Hoy lo veo en todos lados, en mis hijos, en mis nietos, en mi amor, en vos, en cada mujer que se acerca a mí para que le muestre el camino que yo recorrí y la tome de la mano, para que no se pierda.
Hoy sé que mi madre, mi primer gran amor, hizo lo mejor que pudo para protegerme, nadie le había enseñado cómo hacerlo, hoy la amo con todo mi ser y soy tan feliz de tenerla en mi corazón abierto de par en par.
Hoy sé que el amor es algo totalmente distinto a todo lo que nos enseñaron, los medios, las películas, las canciones, y hasta lo que aprendieron nuestros padres y abuelos. Hoy sé que el amor es hermoso, es simple, es aventura, es pasión, es belleza, es… todo lo lindo que hay en el mundo, y vale la pena recorrer el camino más difícil y escarpado para encontrarme… en la reflexión que me devuelve el espejo cada día.
Hoy sé que todo lo que me pasó en la vida, me trajo a este hoy, a estas hojas, a este encuentro, a la mujer que soy, cumpliendo mi gran misión de mostrar al mundo lo que es el amor. Y no cambiaría nada, ni un segundo porque amo a esta mujer que elijo ser, amo mis ojos que hoy miran al mundo con tanto amor, amo mi vida, mis encuentros y desencuentros y sobre todo, hoy sé que cada desafío es una nueva aventura por vivir, junto a los míos, junto al amor de mi vida, habitando este cuerpo que también, es un milagro.
Pd: nunca esperes a ningún príncipe para que te salve de los dragones, solo vos tenés la llave de tu torre.
Sanar Transformar Amar sin límites
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